Vaitahi vivía en Tetiaroa, y con tan solo 10 años, amaba pasear por la playa. Un día se encontró cara a cara con un pájaro magnífico que nunca había visto antes, con plumas finas y multicolores, más brillantes que las estrellas.
Vaitahi estaba deslumbrado por tanta belleza. El pájaro comenzó a bailar delante del niño, lo que lo cautivó. El hermoso animal luego descansó sobre uno de los hombros de Vaitahi, y desde ese momento se volvieron inseparables.

En el pueblo todos comenzaron a conocer y amar al ave y por ello le llamaron Manuhere. Un día, el hermoso animal cayó presa de un gran mal que le impidió comer y volar y lo hizo caer en un sueño profundo. Asustados y tristes, los aldeanos trataron de salvar a Manuhere con un remedio a base de hojas, pero sin resultado.
Las palmas de coco y los otros pájaros trataron de darle aire, y las flores le hicieron respirar sus perfumes, pero su condición siempre era la misma.

Vaitahi pidió ayuda a la diosa del mar, Vaihiti, quien recomendó un masaje con un aceite especial, pero Manuhere seguía igual.
Desanimados, todos los aldeanos se sentaron alrededor del pájaro sin vida. Vaitahi estaba llorando. Entonces cantaron melodías de amor y amistad toda la noche.
Cuando apareció el sol en el horizonte, Manuhere comenzó a moverse, a abrir los ojos, a mover las alas y enderezarse lentamente. -¡Manuhere está salvado!-

Todos estaban felices y abrazaron al pájaro, Vaitahi se sintió aliviado.
Más tarde, cuando se le preguntó a Manuhere qué lo había traído de vuelta a la vida, explicó que fue el amor, el amor que había sentido a su alrededor lo que había penetrado en su corazón y por ello logró despertar.